AÑO VIEJO

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Otro año se me escurre entre los dedos, como un manantial que sigue su derrotero y deja a su paso el pedregullo de los tropiezos vividos. Piedras que se suman al peso de la mochila existencial, de los dolores y aprendizajes, de toda aquella experiencia surgida al caminar.

¿Y cómo delimitar el sendero por el cual se avanza para no perdernos, si no es con las rocas que nos da la vida?; esos márgenes nos ayudan a encausarnos en la dirección anhelada. Es verdad, el tiempo pasa y ya no regresa, pero el reloj del universo funciona en un espacio diferente al caprichoso calendario humano; reinicia la cuenta en las mañanas, regalándonos siempre una oportunidad en cada nuevo respiro.

Entonces, por qué no festejar el año viejo, él nos hizo quienes somos, nos trajo las enseñanzas y desafíos; agradeciendo y honrando a todos aquellos que ya han levantado vuelo en alguna parte del recorrido, y nos miran desde lo alto. El año nuevo es borroso, solitario, vacío de recuerdos, huérfano de sentimientos; meras luces de colores que prometen una vida mejor, antes de perderse indefectiblemente en la noche de lo incierto.


© 2024 Pablo Alejandro Pedraza
 Buenos Aires, Argentina
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