LA DESOLACIÓN


El Ángel golpeó la faz de la tierra y cenizas azuladas se desprendieron de su cuerpo, uniéndose al polvo que, después de décadas de interminable quietud, levantó el impacto de sus pies contra el suelo. Cara aniñada, andrógina, de ojos grises y penetrantes, con el porte de un coloso.

La esperanza una vez más lo había traído hasta allí, y caminó por la desolación entre toda aquella destrucción reinante. Mientras avanzaba, las plumas más bajas de sus alas rozaban, entre los restos de una larga autopista, los techos de centenares de automóviles carcomidos por el óxido y abandonados en un olvido perpetuo. Aunque el Ángel sabía que bajo las plantas de sus pies descalzos crujía un mundo perdido, de escombros y hierros retorcidos, no parecía capaz de aceptar lo que veía.

La humanidad llevaba siglos de estar extinta y aquella que llamaron tierra ya no era capaz de albergar vida. Un planeta inerte, que se había consumido a sí mismo. Sin embargo, aquel Ángel insistía en regresar cada decenio, con la ilusión de encontrar alguna señal de vida. Pero, con el paso del tiempo, hasta los recuerdos de los humanos se le hacían cada vez más lejanos. Extrañaba sus risas, las luces de las avenidas, los músicos callejeros, los puestos de comida, el bullicio diurno y las calmas nocturnas, y la capacidad única que tenían de crear Arte y engendrar vida. Por momentos, imaginaba escuchar el eco de sus voces entre los esqueletos de las ciudades vestidas de cenizas, como un rumor que parecía arrullar el sueño eterno de los rascacielos vencidos. Y más allá, fuera de los restos de las civilizaciones, donde centenares de años atrás existieron bosques y lagos, montañas y océanos, ahora eran solo pequeños desniveles en un terreno que sucumbió al calor abrazador del núcleo terrestre. Y cuando todo al fin se enfrió, dejó a la tierra como una piedra reseca y renegrida.

El Ángel continuó sin pausa su larga recorrida, con estoica determinación, inspeccionando cada centímetro, cada duda, cada sombra. Pero las huellas de aquellos seres que habitaron ese mundo, ya habían desaparecido por completo. Se detuvo frente a una estatua decapitada, la que aun rezaba el contorno de la figura de un hombre, y se preguntó si había hecho lo suficiente. Ahora pensaba que tendría que haber insistido con mayor denuedo en desamparar egoísmos y diluir odios.
—Si tan solo hubiese logrado iluminar el interior de algunos más de ellos —murmuró amargamente, como si aun creyera que aquel fatídico destino de billones se hubiese podido cambiar con un simple acto.

Los ojos del Ángel se perdieron en lejanías, contemplando aquel paisaje anodino, uniforme, carente de toda belleza. Y de pronto, las últimas gotas de esperanza que aun conservaba rodaron por sus mejillas en forma de lágrimas. Una resignación que le había llevado siglos aceptar.
Su llanto cayó sobre esa tierra agrietada e infecunda, un segundo antes de desplegar sus alas. Se elevó observando el mundo que le rodeaba por última vez, y emprendió el vuelo hacia los confines del infinito, desde donde ya no regresaría.

Y aquel Ángel, al cual los humanos llamaban amor, se fue sin sospechar que las gotas derramadas de su esencia, muy pronto, traerían nuevamente la vida.


© 2023 Pablo Alejandro Pedraza
Buenos Aires, Argentina



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6 comentarios

  1. Bellísimo cuento. Maravillosa narrativa que desenvuelve un creciente fluir de sentimientos que desemboca en laa lágrimas del Ángel. Plagado de sentidos y conceptos para desglosar y reflexionar en profundidad. Felicitaciones, Pablo. Saludos.

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    1. Hola, Jazmín, siempre tan generosa conmigo. Muchas gracias por el apoyo y estar siempre cerca. Te envío el cariño de siempre!

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  2. Pablito, tenés una pluma cargada de magia, ternura y melancolía. Precioso escrito, me encantó!!! Abrazo. Tu compañera de letras. Nadia.

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    1. Hola, Nadia, hermanita de letras, una gran alegría encontrarte de paseo por mis humildes textos. Con lo que te admiro, tus palabras valen doble para mí. Doble abrazo, querida amiga!

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  3. Hermoso cuento, Pablito. Es la tercera vez que lo leo y ese ángel fantástico me sigue emocionando.

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