EL FARO

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A mi amigo, Hugo Alberto Alonso.


Sería irrelevante que escribiera aquí mi nombre, aunque en este sitio las palabras lo son todo. Solo puedo asegurarles que mi identidad, tan ignota como otras, no les diría absolutamente nada.

Elegí pasar mis días en una isla, una muy particular, dentro de un mundo completamente literario. Una tierra donde encontré a otros aventureros, amantes de los libros y las letras.


En ocasiones llegué a pensar que podría ser un sueño y que este universo no era real, pero puedo asegurarles que es tan auténtico como el amor. Aunque a veces resulte esquivo o invisible para quienes solo usan los ojos al mirar.


Construí mi casa sobre la playa a los pies del mar, con trozos de viejos barcos encallados, igual que aquel famoso náufrago inglés. Y me entregué a una existencia apasionante: la de escribir; rodeado de emociones, de historias, de sueños y retos construidos en tinta y papel, como mil vidas en una.


Luego, con el paso del tiempo, comencé a sumarme a las tradiciones del lugar, en especial a un ritual, que me llevaba cada treinta días a originar el nacimiento de un texto que después se convertiría, junto a otros escritos concebidos en la isla, en obsequios para todos sus habitantes. Un día de celebración que ocurría al final de cada mes, donde se leían todas las obras, se compartían charlas, bebidas exóticas y manjares que parecían extraídos de “El gran Gatsby”. Al terminar, se almacenaban todos los escritos en el faro.


Un anciano aseguraba que había visto, una vez, la luz de ese faro destellar en la oscuridad. Pero los demás isleños no le creían, me aseguraban que la enorme linterna que descansaba en la cima de esa torre se hallaba obsoleta y que nunca llegó a estar iluminada. Al viejo lo reconocían como un experto cuentista, un devoto de Horacio Quiroga, y alegaban que sus dichos eran solo el producto de su mente, una de sus hermosas fábulas.


Un día, después de uno de los festejos, me lancé al mar en mi pequeña barcaza de papel con la esperanza de que mi suerte fuera distinta a la de Santiago, ese viejo pescador de la corriente del Golfo del que hablaba Hemingway.


Me sentía listo, pero a diferencia de otras oportunidades, me dejé llevar por las corrientes del infinito océano de la literatura. Me ilusionaba el poder pescar, palabras más complejas, fascinantes y poéticas, para comenzar un nuevo escrito, una nueva historia que poder obsequiar.


Las horas se escurrieron con rapidez mientras esperaba el pique, ensimismado en el vaivén que me regalaban las olas. Y fue tarde cuando noté a esas nubes teñidas de tinta que se amontonaron sobre mi cabeza, las que terminaron por sumir al cielo en una completa oscuridad. Así, en pocos minutos, el clima cambió y el ímpetu del mar comenzó a azotar el bote al punto de atiborrar mi garganta con su salitre. Perdido en la tormenta, me fue imposible mantener el rumbo y mis remos de lápiz se tornaron inservibles en la marejada.


Recién comprendí lo lejos que me encontraba de la costa, al ver emerger a esa criatura fusiforme. Estaba atravesada por media docena de arpones y surcada por giros de sogas que apresaban algunas partes de su cuerpo cetáceo. Era un cachalote blanco, el mismo que había descrito aquel grumete, ese, que decía llamarse Ismael. La ballena cruzó frente a mi popa, cortando las olas de derecha a izquierda en un intercambio de aire majestuoso. Y fue cuando uno de sus enormes ojos me observó, con un brillo que me pareció un abismo envuelto de odio.


Esperé por varios minutos su embestida mortal, pero esta jamás sucedió. De alguna manera la bestia pareció saber aquello que, hasta ese momento, yo ignoraba: que no valía la pena destrozar mi suerte con un golpe de su cola porque pronto sería ahogada por el indómito clima.


Armado solo con mi ingenuidad, luché sin tregua contra la poderosa fuerza de la naturaleza, pero todo resultó en vano. Y cuando mi espíritu mojado se doblegó, quedé a la deriva y sin esperanzas de sobrevivir.


Me encontraba desahuciado, me preguntaba cómo sería el exacto momento en que la muerte le ganara a la vida, cuando un estallido blanco me segó por completo. Era un haz lumínico, filoso como la legendaria Excálibur, que cortó la oscuridad alcanzando la proa de mi bote y me reveló el camino de regreso. La luz, intensa, creó un túnel que atravesó la tormenta y formó una ruta navegable y despejada. Trasmuté la emoción en fuerza y con mis brazos temblorosos por el dolor, sumergí los remos tirando de ellos una y otra vez. Y a medida que me acercaba, la isla recuperaba sus formas, sus colores y sonidos.


Cuando llegué a la costa, después de besar con la misma pasión que Romeo a Julieta el suelo bajo mis pies, caminé hasta el faro que me había salvado la vida. Y observé todos esos nombres grabados en cada uno de los lomos, de los centenares de libros que formaban su cilíndrico cuerpo. Eran de aquellos hombres que lo habían creado, que le otorgaron vida propia. Cervantes fue uno de los primeros en colocar allí una de sus obras, la de un supuesto Caballero Hidalgo. Pronto, otros autores también lo imitaron y, con el paso de los años y cada nuevo escrito, el faro fue ganando altura y fortaleza.


Me abracé a su imponente estructura, alcé mis ojos que se bañaron en su luminosidad, y lo supe. Mañana volvería a intentarlo y él seguiría allí, para no dejarme naufragar.



© 2021 Pablo Alejandro Pedraza

Buenos Aires, Argentina



Dedicado a todas mis hermanas y hermanos de letras, que con sus plumas valerosas navegan a diario en este infinito océano literario. Mi respeto, afecto y admiración!!!




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6 comentarios

  1. Es un cuentazo, de lo mejor que leí. Te felicito. Gracias por compartirlo.

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    1. Me alegro que te haya gustado. Muchas gracias por pasar, leer y comentar. Abrazo!

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  2. La sinceridad domina sobre esta historia tan intima. Detalles y emociones colaboran creando el entorno. Con sutileza de logra adueñarse de cada escena. Una increíble situación que se lleva todo el encanto. Saludos mi estimado Pablo

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    1. Hola, Laura, qué lindo encontrarte por acá! Siempre tan generosa conmigo. Muchísimas gracias! Cariños!

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  3. Uno de esos cuentos que uno no se cansa de leer y releer y al hacerlo parece que cobrara un nuevo halo de magia, preciosa obra Pablo, sos un excelente escritor. Gracias por tan bella obra en la que nos haces sentir tan identificados.

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    1. Muchísimas gracias, María! Tus palabras me emocionan, generosa amiga! Mil cariños!

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