LA ESTACIÓN DEL OLVIDO (tercera entrega)

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© 2018 Pablo Alejandro Pedraza
Buenos Aires, Argentina


Pasaron lo que quedaba de la mañana y parte de la tarde, conversando entre vacunas y auscultaciones. Ulises se sintió cómodo, como jamás lo había estado en ningún otro sitio. No tartamudeó, ni aun cuando Ceferino le jugó aquella broma que casi lo mata del susto: justo antes de aplicarle una vacuna antigripal, y cuando la aguja estaba a punto de perforarle el brazo, Ceferino dio un respingo acompañado de un exagerado grito de dolor. Ulises terminó de traste en el suelo levantando una espesa polvareda, sin entender lo que había provocado semejante reacción. La pareja reía a sus anchas, como un par de críos de risas contagiosas, y el médico no pudo más que sumárseles.

Ceferino, Cándida y Nicanor se procuraban estas chanzas, como una especie de código entre amigos. Ulises comenzaba a comprender la verdadera medicina que Nicanor había aplicado en todos esos años como médico rural.

Cuando revisó el cuaderno rojo, donde Nicanor apuntaba las historias clínicas de cada paciente, sonrió. Las anotaciones médicas resultaban escuetas, lo que más predominaban eran los recordatorios de todo tipo: desde cumpleaños, hasta preguntar por aquel nuevo cultivo o el estado de la cabra Matilde, y una gran cantidad de apodos añadidos en el margen, junto a los nombres de cada paciente.

Nicanor era el padre, el hermano, el tío, el amigo y también el médico de aquellas personas olvidadas por el mundo. La belleza de lo humano, la ciencia médica, y el amor más altruista que Ulises había conocido, juntos en un mismo placebo que curaba todo o casi todos los males. Y ahora la responsabilidad de continuar esa tarea, era suya.

Ulises se sintió movilizado durante la mayor parte de su visita. Y cuando llegó la hora de regresar al campamento base, nació en él un sentimiento de nostalgia inusitado. Debía partir, no podía dejar que la noche lo alcanzara en mitad del camino, y esperar que solo la suerte lo ayudara con el viejo y caprichoso automóvil.

La pareja lo observaba, mientras el médico se preparaba para el regreso, con un notorio abatimiento en sus estados de ánimo. Ulises colocó sobre las manos de Ceferino algunas provisiones y medicamentos básicos, que ya los había instruido en su uso. Y así, sin más, se lanzó colina abajo. Llegó hasta el vehículo e introdujo el maletín y una hermosa artesanía creada por Cándida esa misma tarde. Luego, rebuscó en el asiento trasero y regresó con algo que parecía un documento enrollado entre sus manos.
Desplegó con rapidez aquella cartulina que expuso ante la mirada expectante de la pareja, la cual resultó ser, un simple almanaque del año en curso.

Ulises tomó un lápiz rojo que traía en el bolsillo superior de la camisa, y encerró en un círculo la fecha que coincidía con ese día. Luego, pensativo, contemplaba el almanaque y realizaba una enumeración mental, hasta que terminó por marcar otra fecha de finales de octubre. Les dijo que fueran tachando con el lápiz cada día que pasaba. Deberían esperar lo que restaba del otoño, todo el invierno que era imposible llegarse hasta allí por lo inclemente del clima, y una parte de la primavera.

Sus pacientes no lo miraron, estaban absortos con sus ojos hechizados sobre la cartulina. Cándida estiró su mano posándola sobre el sol de aquella fotografía, la que decoraba la parte superior del almanaque. Era de un atardecer en la costa, una playa dorada que se fundía con un cielo ocre soñado, y sobre la arena una botella vacía que brillaba en múltiples destellos.

Cándida repasó con uno de sus dedos la imagen, recorrió el contorno de la botella y tocó la espuma del mar.

Ulises miró a Ceferino, que también estaba obnubilado.

—Las botellas sirven para enviar mensajes de amor —les dijo, y ambos ancianos se giraron a mirarlo—. Se puede escribir el mensaje en un papel y colocarlo dentro de la botella. Eso sí, hay que cerrarla bien antes de arrojarla al agua. El océano es sabio y le hace llegar la nota a la persona indicada, sin importar si está en el mar, en la tierra, o en el cielo.

Los lugareños lo contemplaban fascinados, como un niño mira a un hábil mago.

—¿También llegan al cielo? —preguntó Ceferino con expresión de sorpresa.
—¡Sí! Dicen que eso sucede en el horizonte, donde el mar y el cielo se unen…
—Nosotros nunca vimos el mar —dijo Cándida bajando la cabeza.
—Es tan imponente y extenso como este lugar en donde ustedes viven —afirmó Ulises con calidez.
—¿Y queda muy lejos el mar? —lo interrogó Ceferino casi en un murmullo.
—Sí —respondió el médico.
—¿Y se puede ir en auto? —quiso saber el anciano.
—Sería un viaje largo, pero se puede —dijo Ulises con tono afable. Y luego los tres se quedaron callados.

Ulises revisó el calendario y comprobó que se podía colgar, y así lo hicieron. Ceferino con su cuchillo le sacó filo a una astilla de quebracho, que luego clavó en una de las paredes de adobe dentro de la casa. El médico enganchó el almanaque con solemnidad sobre aquel muro, como si fuera el pecho de un soldado que recibe una medalla. Y se quedaron allí, contemplándolo por algunos minutos.

Cuando salieron de la casa se abrazaron en la despedida. Ulises, antes de enfilarse nuevamente por el descenso, extrajo el documento de identidad del bolsillo. Les enseñó su nombre completo, necesitaba ser honesto y explicarles que en realidad no era el hijo del doctor González. Pero a la pareja de lugareños no le importó. Para ellos siempre sería “el hijo del Nicanor”. Y nada, ni nadie, cambiaría eso.
Ulises se alejó saludando con su mano, subió al automóvil y salió rumbo a la base de la CSMS.

Cándida y Ceferino se quedaron allí parados, en el mismo sitio donde lo habían recibido en la mañana, hasta que el visitante terminó siendo un simple punto en la estepa infinita.

Unos días después, Cándida se acercó a Ceferino que afilaba su cuchillo sobre una roca.
—¿El hijo del Nicanor nos llevaría al mar? —preguntó la mujer dubitativa. Ceferino se pasó la mano por la barbilla y se tomó su tiempo antes de hablar.

—Y…, yo creo que sí —dijo, y alzó su mirada al cielo, pero luego sus ojos bajaron a buscar los de Cándida y exclamó—: ¡Es el hijo del Nicanor, claro que nos llevaría! Además, si va con el auto pa’ allá, nos lleva pa’ allá y listo. —dictaminó el hombre con entusiasmo, convencido con su lógica.

Cándida no volvió a sacar el tema, pero todos los días al despertar posaba sus manos sobre aquella imagen y la contemplaba por varios minutos. 

Una semana después de aquella charla, la cuestión volvió.

—Tenemos que juntar leña y algunas otras cosas pa’ el hijo del Nicanor, pa’ que nos lleve al mar —dijo Ceferino. Cándida no respondió, se quedó pensativa. Y no hablaron más del asunto, por el resto del día.

Al llegar la noche el hombre volvió a tocar el tema, pero esta vez tenía otro plan.

—¿Qué va a hacer el hijo del Nicanor en la ciudad con la leña? Cuando vuelva ya estará la calor. Voy a llevar todo al pueblo y lo cambio por una cabra. Con la cabra seguro que el hijo del Nicanor nos lleva. —aventuró Ceferino, y agregó—: Son tres días pa’ ir y tres pa’ volver del pueblo. Cuando llegue la calor me voy pa’ allá —le aseguró a la mujer. Y ambos parecían convencidos con el nuevo plan.

La llegada de la estación del olvido, como llamaban los lugareños a la época invernal, ya comenzaba. Para esas ocasiones se preparaban anticipadamente, pertrechándose con víveres, leña y agua que recolectaban y almacenaban durante las otras tres estaciones del año.

Los caminos quedaban anegados, completamente intransitables, y era imposible deambular por la estepa con esas bajas temperaturas.

Cuando los primeros fríos llegaron, encontraron a Cándida y Ceferino guarecidos en la casa, listos para permanecer en ella, como muchas otras veces, hasta la vuelta de la vida en la primavera.


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2 comentarios

  1. La historia menuhanimpactado.... un relato muy claro, con lujo de detalles qe l ubica al lector en toda la trama. Sinceramente mis lágrimas corrían por mis mejillas. La verdadera graduación del doctor Ulises fue al haber conocido a CEFERINO Y CÁNDIDA . UNA HISTORIA MUY REAL Y HUMANA. .GRACIAS AL SEÑOR PEDRAZA POR HABER ESCRITO ESTA HISTORIA.

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  2. Quiero ir al mar con Ceferino y Cándida. Tu escritura es muy expresiva y viva. Excelente, Pablo. Un abrazo!

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