© 2018 Pablo Alejandro Pedraza
Buenos Aires, Argentina
A mis Padres
Existen en nuestro planeta territorios olvidados por esa parte del mundo que consideramos civilizado. Regiones agrestes, estancadas en el tiempo, donde la vida parece no tener lugar. Sin embargo, en estos sitios también nacen historias, tan similares y diversas como otras. Historias que viajan en el polvoriento arrullo del viento y se fecundan, de pueblo en pueblo, con la polinización del boca a boca. Esta es solo una de esas historias:
Ulises Grande, se recibió de médico dos veces: la primera, al graduarse en la facultad, y la segunda, después de conocer a Cándida y Ceferino.
En aquella época, el joven médico, vivía con sus padres. Era el hijo único de un matrimonio acaudalado; una pareja arruinada por la prepotencia y el cinismo a la que le costaba, cada día más, guardar las apariencias en público.
Unos años antes, cuando Ulises recién descubrió su vocación, creía que poder recibirse de médico era algo que nunca le sucedería, más aún, estaba seguro de que su padre no lo permitiría y que él no haría nada al respecto.
Esos dos acontecimientos se hicieron realidad: su padre se opuso y Ulises no hizo nada para impedirlo. De todos modos y contra todo pronóstico, aquello que él suponía que no sucedería, sí ocurrió. Y pasó a ser la primera decisión realmente propia que Ulises tomó en su vida. Las demás habían sido, por completo, directivas impartidas por su padre, Jorge Grande, un empresario reconocido y acostumbrado a que todo se hiciera a su entera satisfacción, sin negativas ni cuestionamientos.
Jorge ya tenía planeado el futuro de su hijo, sería abogado igual que él, trabajarían juntos y luego se haría cargo de los negocios familiares cuando el señor Grande ya no pudiese hacerlo.
Ulises, que era un joven tímido y afable, se transformaba en un ser dubitativo y temeroso cuando estaba junto a él. Y simplemente movía la cabeza en señal de aprobación ante cada nueva exigencia que Jorge le imponía. Evitaba a como diera lugar hablarle directamente, ya que su padre odiaba que empezara a tartamudear. Algo que le sobrevenía con mucha más frecuencia, ante su presencia o la de alguna mujer que él consideraba hermosa.
Ulises heredó las señas y rasgos de su madre, Elizabeth Mantella, una mujer de exquisita belleza, delgada y pequeña como una bailarina de ballet. En su juventud, Elizabeth, había sido modelo publicitaria y le auguraban una prometedora carrera, pero cuando comenzó a ganar notoriedad se cruzó con Jorge Grande. Un romance meteórico que pronto la llevó a casarse, y más pronto a dejar cualquier cuestión relacionada con su mediática profesión.
Con el paso de los años, Elizabeth, se convirtió en un trofeo decorativo que Jorge mostraba en su exclusivo círculo de amistades; y luego, poco a poco, en un fantasma dentro de esa enorme casa. Pasaba los días confinada en su dormitorio, acompañada por un batallón de frascos variopintos que contenían pastillas de múltiples colores y efectos.
El pedante y empalagoso doctor Mielles, amigo de la familia paterna y un sujeto que a Ulises le repugnaba, era quien le recetaba la mayoría de las píldoras que habían transformado a su madre en una persona dependiente. Cada mañana, al levantarse, Elizabeth ingería una pastilla roja y antes de comer una verde, y si se enteraba de que Jorge regresaba de algún viaje de negocios, se tomaba dos juntas de las blancas que eran las más fuertes.
Y llegó el día en que Ulises descubrió su verdadera vocación: la medicina. Admiraba al doctor Nicanor González, un reconocido y respetado médico con una larga trayectoria académica y social. Un hombre de una simpleza encantadora, que hipnotizaba a los alumnos con sus clases magistrales, salpicadas de una inagotable cantidad de anécdotas de sus prácticas como médico rural. Un viudo que nunca pudo tener hijos y que, cuando con su esposa intentaron adoptar, ella enfermó. Y fue más rápido su deceso que el tiempo requerido para el papeleo burocrático. Para Nicanor todos los alumnos eran sus hijos, y con los años entabló un vínculo con Ulises, no solo como profesor, también de mentor y amigo.
Y así pasó, que su padre al enterarse de su vocación se opuso y Ulises no dijo nada. Sin embargo, todos los días asistía sin falta a cursar las materias de la nueva carrera que había elegido. Su padre intentó imponerse, pero el joven continuó y jamás lo enfrentó. Jorge, disgustado, comenzó a quitarle cosas, primero el automóvil y luego las tarjetas de crédito. Pero a Ulises no le importó, en silencio siguió adelante con sus estudios.
Con el tiempo el señor Grande, al comprender que su hijo no cambiaría de idea, desistió de sus infructuosos intentos de boicot. De todas maneras y hasta último momento guardó en vano la esperanza de que el joven claudicara, ante una carrera tan exigente.
Y un día sucedió aquello que Ulises pensó que nunca pasaría: se graduó en medicina. Terminó sus estudios con excelentes notas recibiéndose en tiempo récord.
Su padre nunca se lo dijo, pero se sentía orgulloso, al fin y al cabo que su hijo fuera médico no le impediría dedicarse luego a los negocios familiares.
El tiempo pasó y el joven doctor se fue afianzando, terminó la residencia clínica en el hospital central de la ciudad, donde recogió elogios y la alta estima de sus colegas. Sin embargo, seguía viviendo con sus padres, arropado por el lujo y la seguridad que ahora lo asfixiaba. Sentía que su vida no le pertenecía y que era una mentira más, entre tantas, de esa familia fingida que ya no existía.
Ulises y Nicanor, se encontraban siempre en la misma cafetería junto a la costa, como era habitual que lo hicieran todos los lunes y jueves de cada semana. Compartían bebidas y conversaban, algunas veces pedían un bocadillo liviano que por lo general era devorado por Nicanor. Hablaban, desde trivialidades como el clima hasta los temas más profundos sobre la vida de cada uno. También recordaban anécdotas pasadas, como la sorpresa que se llevó la gente al verlos caminar la primera vez por los pasillos de la facultad. Un Ulises delgado y pequeño, que apenas superaba el metro sesenta de altura, junto a un Nicanor de barba blanca, aspecto nórdico, y panzón. Algo digno de ver.
Una compañera de Ulises, muy hábil con el lápiz, realizó para el periódico de la universidad una caricatura del profesor Nicanor en traje navideño, acompañado por unos graciosos y simpáticos duendes con las caras de varios alumnos, entre ellos Ulises y ella misma. Nicanor la envió a enmarcar y la colgó en el living de su casa junto a sus diplomas.
Pero hubo un jueves en que se encontraron justo antes de que la vida de Ulises cambiara por completo, donde las trivialidades y las anécdotas fueron ampliamente superadas por una noticia que Nicanor le soltó. A Ulises le sentó fatal el anuncio: el doctor Nicanor González se jubilaba después de cincuenta y cinco años ininterrumpidos en la profesión.
Al principio llegó a pensar que podría tratarse de una broma, pero no fue así. Nicanor se retiraba.
Ulises intentó disimularlo, decir algo inteligente, pero la lengua se le acalambraba en la primera letra de cada palabra que intentó pronunciar. Con un gesto de serenidad, Nicanor lo contuvo:
—Calma amigo mío —dijo con tono afectuoso —, no es la muerte de nadie, ¿verdad? —le sugirió, dando por sentada la respuesta.
Ulises tomó aire profundamente y alzó sus hombros para dejarlos caer al exhalar. En sus ojos se veía que estaba apesadumbrado.
—Mira —continuó Nicanor—, ya es hora de darle un descanso a mis huesos —dijo, levantando con las manos su prominente abdomen para acomodar el fatigado cinturón del pantalón.
Hablaron largamente, pero Ulises seguía desanimado. Nicanor, aprovechando un momento de silencio, le solicitó ayuda.
—Me preocupan mis pacientes de la CSMS, es gente buena que nos necesitan. Estoy pensando en recomendarte a la comisión para que ocupes mi vacante de médico rural —aventuró Nicanor animoso.
Ulises se quedó mudo, petrificado. No se lo esperaba y no supo qué decir.
—Es una experiencia que no se parece a nada que hayas conocido. Creo que te vendría muy bien cambiar un poco de aire, tomar distancia de tu familia y ver cómo te sientes… ¿Qué te parece? —preguntó Nicanor esperanzado. Ulises hizo una larga pausa y al fin se dispuso a hablar:
—¿Q-Q-Qué es el C-C-CSMS? —preguntó, tímidamente.
Nicanor soltó una risotada.
—¿Es que no has escuchado nada de lo que te conté todos estos años? El CSMS es la Comisión del Servicio Médico Social. Y bueno, ¿qué me dices? —insistió una vez más el doctor González.
Y Ulises, al igual que hizo muchas veces con su padre, solo afirmó con la cabeza. Pero esta vez la decisión era únicamente suya.
Unos días después, Ulises aún se preguntaba cómo había reunido el coraje para aceptar la propuesta. Pero en el fondo, muy en el fondo de su ser, cuando el miedo y la incertidumbre no se adueñaban de su razón, ansiaba encontrar en todo esto la respuesta que estaba esperando para mejorar su vida.
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La lectura del capítulo 1 , me ha fascinado. Me ha llevado de la mano de una manera que no me he detenido ni un instante de la manera tan agradable de la narración. El joven Ulises a pesar de ser algo tímido por la forma autoritaria de su padre, insistió en su estudio de medicina y la relación con con el doctor Nicanor le ha servido de mucho!!
ResponderBorrarMuchísimas gracias, muy generosas sus palabras. Un abrazo!
BorrarUna profusa, detallada y muy bien narrada historia, Pablo, me enganché con Ulises, y ahora te sigo los pasos, Abrazo!!!!
ResponderBorrarEncantado de que le haya gustado. Muchas gracias! Gran abrazo!
BorrarMuy bien delineado el perfil del protagonista y la relación padre-hijo. Me hace pensar en las consecuencias de tener un padre abusivo, autoritario y materialista que va anulando al hijo. Veremos como continúa. Cariños.
ResponderBorrarA veces, los padres proyectan en los hijos sus sueños truncos. Muchas gracias por pasar y comentar. Gran abrazo!
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