SECRETAMENTE

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Germán avanzó dubitativo, impulsado por aquella valentía impensada que había reunido durante meses y que ahora parecía deshacerse con cada paso que lo acercaba a ella. Al llegar a la mesa, tomó aire profundamente y sin más, se presentó con una voz que intentó ser seductora, arrastrando las vocales a lo profundo de su garganta, en tonos graves que encimaron a sus palabras unas con otras hasta tropezar entre ellas. Al inicio la mujer se sobresaltó, pues no esperaba tener contacto con nadie, pero allí estaba ahora ese joven con actitud de niño tímido, evitando mirarla a los ojos para no avergonzarse.

Ella le sonrió abiertamente y antes de que pudiera hablar, él, la anticipó:

—¡La amo! ¡Sí!, la amo desde siempre. Usted es todo mi mundo, mi vida entera. Solo existo realmente cuando la veo entrar por la puerta de la cafetería y me desvanezco lentamente junto con el perfume que deja en el aire, después de cada adiós sin despedida… ¡Quiero besarla! Daría todo por apoyar mis labios sobre los suyos. Muero por rodearla con mis brazos y…

—Aquí tienes tu café, Germancito, bien calentito. El de siempre, el que a ti te gusta, el que te preparaba tu madre. Qué Dios tenga en la gloria a mi santa hermana —dijo la dueña del local justo antes de persignarse.

El joven asintió con un gesto discreto, esperó ansioso a que su tía se marchara de la mesa para perderse una vez más en su imaginación. Sin dejar de mirar, con sus incansables ojos platónicos, la mesa donde cada día merendaba la viuda de Gómez.


© 2024 Pablo Alejandro Pedraza
 Buenos Aires, Argentina
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