La encontré, como una roca desierta cerca de mi orilla. Y en su reflejo advertí sus colores infinitos. Me escribió mil historias en la superficie del agua, que ni la lluvia de mi llanto lograron borrar. Y me habló de los tiempos en que rodó por esta tierra, de la mano de un noble corazón. Yo la escuché atentamente, aun creyendo que todo aquello me era ajeno.
Su ternura terminó por regalarme alas, y logré volar más alto de lo que jamás me hubiese imaginado. Hasta llegar a su cielo, donde me mostró el brillo del amor que anidaba en el universo de sus sueños.
Al regresar al río, ella me miró emocionada. Yo caí rendido ante sus ojos, y sin saber su nombre me reconocí en ellos. Y fue allí donde comprendí que estábamos conectados más allá del tiempo.
Destinados a vivir aquella pasión irrefrenable de amarnos en cada vida, pero atados a repetir siempre el dolor inevitable de perdernos tempranamente.
Quise abrazarla y se fragmentó en cientos de palabras que se escurrieron entre mis dedos, en ondas circulares que se alejaron de mí hasta desaparecer.
Ahora, sin ella, los colores extraviaron su brillo. Y el reflejo de la luz decayó, en un gris suspiro de espera.
© 2022 Pablo Alejandro Pedraza
Buenos Aires, Argentina
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